Un mundo sin
horarios. Un mundo sin más grande responsabilidad que la de embellecer el lugar
que habitamos. Un mundo en el que el dinero solo sirve para nuestros alimentos.
O ni siquiera ello, si hemos creado nuestras propias huertas. Un mundo donde se
vive (y no solo se dice) que las relaciones personales son lo más importante,
lo más real. En ese mundo estoy viviendo hoy, y pese al peligro que hay afuera
para toda mi especie, creo que nunca me había sentido tan viva.
Un mundo donde no
nos olvidemos que la muerte existe, donde no la ocultemos más. Un mundo donde
la certeza de su existencia nos potencie a librarnos de prejuicios, de vergüenzas,
de miedos; nos potencie a amar con cada fibra de nuestro ser.
Un mundo donde la
música llene nuestros hogares. Un mundo donde melodías llenas de esperanza, de calidez
humana, inunden nuestros sentidos.
Si tan solo pudiéramos
cambiar la perspectiva y ver estos días y el futuro que podríamos crear, estaríamos
saltando de alegría.
Por todo lo que
nos ha ocurrido y lo que podríamos finalmente llegar a ser, y seguir siendo.